Dieta sin sal, Verdades y mentira

Dieta sin sal, Verdades y mentira

Dieta sin sal, Verdades y mentira

– ¿Necesitamos la sal?

La sal (cloruro de sodio) es indispensable para la vida, pero nuestro cuerpo necesita pequeñas dosis para su normal funcionamiento. La sal participa en multitud de procesos metabólicos de nuestras células y es fundamental para mantener la hidratación de nuestro cuerpo, pero el consumo excesivo puede ser perjudicial para nuestra salud.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) las necesidades medias de sal al día para una persona sana es de 5 gramos, el equivalente a la sal que cabe en una cucharadita de café (unos 2 gramos de sodio). De este modo, es fácil entender que consumimos diariamente mucha más sal de la que necesitamos (generalmente duplicamos la cantidad diaria recomendada).

– ¿Cuál es el riesgo del consumo excesivo de sal?

El consumo excesivo de sal favorece el desarrollo de hipertensión arterial así como impedir el control adecuado en las personas hipertensas. Según la OMS, la hipertensión es la causante del 60% de los accidentes cerebrovasculares y del 40% de las enfermedades del corazón. Por otra parte, en las personas con enfermedades cardiacas, hepáticas (como la cirrosis) y renales el consumo excesivo de sal produce retención de líquidos y descompensaciones.

– ¿Cuáles son los beneficios de comer con poca sal?

Al disminuir el consumo diario de sal vamos a favorecer la eliminación de líquidos, evitando la hinchazón, vamos a ayudar al funcionamiento de nuestros riñones consiguiendo mayor energía y vamos a cuidar la salud de nuestro corazón con un mejor control de la presión arterial. Con un consumo reducido de sal, la OMS estima que se podrían evitar más de dos millones de muertes al año.

– ¿Cómo sigo una dieta con poca sal sin que resulte insípido?

Comer con poca sal no tiene que privarnos del sabor de los alimentos. De hecho se pueden potenciar los sabores empleando otros condimentos que se pueden adaptar a los gustos personales de cada uno, como el vinagre, zumo de limón, determinados picantes (pimienta, cayena, jengibre, nuez moscada…), hierbas aromáticas (tomillo, romero, cilantro, perejil…), albahaca, menta, ajo (en polvo, picado o asado) o cebolla.

Dr. Cristian Iborra

Servicio de Cardiología

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